LAS PERSECUCIONES
El segundo siglo vivió por una
parte la extensión progresiva de la fe cristiana, y por otra parte una
persecución creciente de la
Iglesia por las autoridades imperiales de Roma, para las
cuales el cristianismo era una “religión prohibida”.
Para los Romanos, los cristianos
eran criminales, no solamente en el plano religioso, sino también en el plano
político. Ellos transgredían las leyes del estado rechazando honrar al
emperador en tanto que Rey, Señor y Dios, como lo hubieran debido hacer siendo
súbditos del Imperio Romano. Ellos rogaban por las autoridades civiles y
rendían “honor a aquellos a quienes se le deben honores” (Rom 13:1-7),
pero rechazaban rendir al soberano terrestre la gloria y el culto debido
solamente a Dios y a su Cristo. Es por eso que la ley Romana declaró: “ser
cristiano es ilícito”.
Uno de los primeros testimonios
respecto a los cristianos en la literatura profana se encuentra en la
correspondencia intercambiada, en el siglo II, por Plinio el joven y el
Emperador Trajano, quién reinó del 98 al 117. Esta correspondencia nos enseña
que el Cristianismo era efectivamente ilegal, y que, incluso si los Cristianos
no debían ser perseguidos, y eran limpios de acusaciones groseras (sacrificios
de niños y canibalismo – una interpretación errónea de la Eucaristía celebrada en
las “reuniones secretas") imputadas contra ellos, ellos debían sin
embargo ser ejecutados, si arrestados rechazaban renegar de su fe.
Las persecuciones de los
cristianos durante el siglo II dependían en gran parte del celo de las
autoridades imperiales locales. Sin embargo, se habían extendido y los
cristianos eran generalmente odiados incluso por los más tolerantes y abiertos
dirigentes Romanos. Eran sobre todo odiados por lo que se consideraba como
obstinación e intolerancia, puesto que su piedad solo se dirigía a Cristo como
Señor. Se los perseguía igualmente a causa de la amenaza política que ellos representaban para la unidad, la ley y el orden del Imperio
Romano, sobre todo a causa de su número creciente.
Entre las personalidades y
mártires cristianos los más conocidos del siglo II figuraban los Obispos
Ignacio de Antioquía (+ 110), Policarpo de Esmirna (+ 156), y el filósofo
Justino (+ 165). Cada uno de esos mártires por la fe han dejado escritos que,
junto con la “Didache”, la “Epístola
de Diogneto”, las “Epístolas de Clemente de Roma”, la “Carta de
Bernabé”, el Pastor de Hermas y los escritos apologéticos de hombres tales como Atenágoras de Atenas, Melitón
de Sardes, Teófilo de Antioquía y, el más grande de todos los teólogos del
siglo II, Ireneo de Lyon, dan una imagen particularmente viva de la fe y de la
vida de la Iglesia
durante ese siglo.
Además de las persecuciones y del aumento de la cantidad
de fieles, el siglo II se caracterizó sobre todo por los alegatos escritos
contra las falsas doctrinas, llamados de otra forma apologías de la fe
cristiana contra las herejías, o también
contra el judaísmo y el paganismo. Es
necesario también señalar el desarrollo de la doctrina de la Iglesia y los
comienzos de la teología pos-apostólica; el establecimiento de una
misma estructura jerárquica (obispo, sacerdotes y diáconos) en cada comunidad
local; los primeros esbozos de una liturgia cristiana y de una vida sacramental
completamente separadas de la
Sinagoga ; por último el comienzo de la fijación del Canon del
Nuevo Testamento.
Numerosos falsos escritos acerca
de Cristo fueron compuestos al final del siglo II y comienzos del III. Es lo
que se llama los escritos apócrifos (no confundir con los apócrifos del Antiguo
Testamento) o aún los seudo-epígrafos
(ver el fascículo “Introducción al Nuevo Testamento”). Esos
falsos escritos atribuidos a los apóstoles, introdujeron en las comunidades
cristianas numerosos relatos fantasiosos y legendarios sobre la infancia de
Cristo, la vida de la
Virgen María y las actividades de los apóstoles.
Al mismo tiempo que los
seudo-epígrafos, apareció el gnosticismo, una
herejía que transformaba el cristianismo en una especie de filosofía
espiritualista, dualista e intelectualista (ver “Introducción al Nuevo
Testamento”). Los cristianos que permanecieron fieles a la fe ortodoxa,
debieron combatir esas falsas enseñanzas. En el
curso de esa lucha se elaboró la teología de los Apologetas. Ella
condujo igualmente a la definición de la Sucesión apostólica: la verdadera fe y la vida
cristiana que forman la
Santa Tradición , son trasmitidas de Iglesia a Iglesia, de
generación a generación y de lugar en lugar, por la consagración de los
obispos, cuyas enseñanzas y prácticas son idénticas entre sí e idénticas a la
de los Apóstoles de Jesús.
Por último la Iglesia comenzó a
establecer qué escritos debían ser retenidos dentro de las Santas Escrituras,
su decisión se fundaba sobre la autenticidad del testimonio apostólico
contenido en esos escritos, así como sobre su uso en las asambleas litúrgicas.
ESTRUCTURA DE LA IGLESIA Y LA LITURGIA
Se ve en los escritos apologetas,
de los mártires y de los santos del
segundo siglo, que cada Iglesia local era presidida por un obispo, administrada por los
presbíteros o ancianos, y servidas por los diáconos. Así, San Ignacio de
Antioquía escribió en sus cartas: “Yo os exhorto a que pongáis empeño por
hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo que ocupa el lugar
de Dios, y los ancianos que representan
al colegio de los Apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, a
quienes se encomendó el ministerio de Jesucristo...” (carta a los Magnesios
VI:1).
“Tengan por consiguiente
cuidado de no participar más que de una sola Eucaristía; pues no hay más que
una sola carne de nuestro señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos a su
sangre, un solo altar, como un solo obispo, con el presbítero y los diáconos,
conservidores míos...”
(carta a los Filadelfios IV).
“Allí donde aparece el
obispo, que allí sea la comunidad, lo mismo que allí donde está Jesucristo,
allí está la iglesia católica” (carta a los Esmirniotas
VIII:2).
San Ignacio fue el primero en
utilizar la palabra católica para calificar a la Iglesia. Este
adjetivo significa que la
Iglesia es acabada, perfecta, completa, entera, pues ella
posee en plenitud la gracia, la verdad y la santidad de Dios.
“Respecto al bautismo,
administradlo de la manera siguiente: después de haber enseñado todo lo que
precede, bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el
agua viva...” (Didaché
VII:1).
“Que nadie coma, ni beba
de vuestra Eucaristía, solo los bautizados en nombre del Señor ....” (Didaché IX).
“Reúnanse el día
dominical del Señor, rompan el pan y den gracias” (lo que designa la eucaristía,
que significa acción de gracia). “Después de haber, primeramente confesado vuestros pecados, a fin de que
vuestro sacrificio sea puro. Pero aquel que tiene un problema con su compañero
no debe reunirse con ustedes hasta que se hayan reconciliado, para no profanar
vuestro sacrificio....” (Didaché XIV).
“El llamado día del sol
todos los que habitan en las ciudades y en las campiñas, se reúnen en un mismo
lugar. Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas
tanto como el tiempo lo permite. Terminada la lectura, el que preside toma la
palabra para advertir y exhortar a
imitar esas bellas enseñanzas. Luego nos levantamos y rogamos juntos en voz
alta. Después como ya lo hemos dicho, cuando la oración termina, se ofrece el
pan con el vino y el agua. El que preside hace subir las oraciones al cielo y
las acciones de gracia tanto como las fuerzas se lo permitan, y todo el pueblo
responde con la exclamación “Amén”.
Luego tiene lugar la
distribución y el reparto de los alimentos consagrados a cada uno y se le envía
su parte a los ausentes por el ministerio de los diáconos. Los que están en la
abundancia, y que quieran dar, donan libremente cada uno lo que quiere. Lo que
es recogido y puesto a las manos del presidente y él asiste a los huérfanos, a
las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los prisioneros, a los
huéspedes extranjeros, en una palabra,
socorre a todos aquellos que están necesitados.
Nos reuniremos todos, el
día del sol, por que es el primer día en que Dios, extrayendo las materias de
las tinieblas, creo el mundo, y que ese mismo día Jesucristo nuestro salvador
resucito de los muertos. La víspera del día Sábado, fue crucificado y a la
mañana siguiente de ese día, es decir el
día del sol, él apareció a sus apóstoles y a sus discípulos y les enseño esta
doctrina, que nosotros hemos sometidos a vuestro examen”.
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