viernes, 18 de marzo de 2016

HISTORIA DE LA IGLESIA... El Siglo Segundo

LAS PERSECUCIONES

El segundo siglo vivió por una parte la extensión progresiva de la fe cristiana, y por otra parte una persecución creciente de la Iglesia por las autoridades imperiales de Roma, para las cuales el cristianismo era una “religión prohibida”.
Para los Romanos, los cristianos eran criminales, no solamente en el plano religioso, sino también en el plano político. Ellos transgredían las leyes del estado rechazando honrar al emperador en tanto que Rey, Señor y Dios, como lo hubieran debido hacer siendo súbditos del Imperio Romano. Ellos rogaban por las autoridades civiles y rendían “honor a aquellos a quienes se le deben honores” (Rom 13:1-7), pero rechazaban rendir al soberano terrestre la gloria y el culto debido solamente a Dios y a su Cristo. Es por eso que la ley Romana declaró: “ser cristiano es ilícito”.
Uno de los primeros testimonios respecto a los cristianos en la literatura profana se encuentra en la correspondencia intercambiada, en el siglo II, por Plinio el joven y el Emperador Trajano, quién reinó del 98 al 117. Esta correspondencia nos enseña que el Cristianismo era efectivamente ilegal, y que, incluso si los Cristianos no debían ser perseguidos, y eran limpios de acusaciones groseras (sacrificios de niños y canibalismo – una interpretación errónea de la Eucaristía celebrada en las “reuniones secretas") imputadas contra ellos, ellos debían sin embargo ser ejecutados, si arrestados rechazaban renegar de su fe.
Las persecuciones de los cristianos durante el siglo II dependían en gran parte del celo de las autoridades imperiales locales. Sin embargo, se habían extendido y los cristianos eran generalmente odiados incluso por los más tolerantes y abiertos dirigentes Romanos. Eran sobre todo odiados por lo que se consideraba como obstinación e intolerancia, puesto que su piedad solo se dirigía a Cristo como Señor. Se los perseguía igualmente a causa de la amenaza política  que ellos representaban  para la unidad, la ley y el orden del Imperio Romano, sobre todo a causa de su número creciente.
Entre las personalidades y mártires cristianos los más conocidos del siglo II figuraban los Obispos Ignacio de Antioquía (+ 110), Policarpo de Esmirna (+ 156), y el filósofo Justino (+ 165). Cada uno de esos mártires por la fe han dejado escritos que, junto con la “Didache”, la  “Epístola de Diogneto”, las “Epístolas de Clemente de Roma”, la “Carta de Bernabé”, el Pastor de Hermas y los escritos apologéticos  de hombres tales como Atenágoras de Atenas, Melitón de Sardes, Teófilo de Antioquía y, el más grande de todos los teólogos del siglo II, Ireneo de Lyon, dan una imagen particularmente viva de la fe y de la vida de la Iglesia durante ese siglo.

LA DEFENSA DE LA FE: LOS APOLOGETAS

Además de  las persecuciones y del aumento de la cantidad de fieles, el siglo II se caracterizó sobre todo por los alegatos escritos contra las falsas doctrinas, llamados de otra forma apologías de la fe cristiana contra las herejías, o  también contra el judaísmo  y el paganismo. Es necesario también señalar el desarrollo de la doctrina de la Iglesia y los comienzos  de la teología  pos-apostólica; el establecimiento de una misma estructura jerárquica (obispo, sacerdotes y diáconos) en cada comunidad local; los primeros esbozos de una liturgia cristiana y de una vida sacramental completamente separadas de la Sinagoga; por último el comienzo de la fijación del Canon del Nuevo Testamento.
Numerosos falsos escritos acerca de Cristo fueron compuestos al final del siglo II y comienzos del III. Es lo que se llama los escritos apócrifos (no confundir con los apócrifos del Antiguo Testamento) o aún los seudo-epígrafos  (ver el fascículo “Introducción al Nuevo Testamento”). Esos falsos escritos atribuidos a los apóstoles, introdujeron en las comunidades cristianas numerosos relatos fantasiosos y legendarios sobre la infancia de Cristo, la vida de la Virgen María y las actividades de los apóstoles.
Al mismo tiempo que los seudo-epígrafos, apareció el gnosticismo, una  herejía que transformaba el cristianismo en una especie de filosofía espiritualista, dualista e intelectualista (ver “Introducción al Nuevo Testamento”). Los cristianos que permanecieron fieles a la fe ortodoxa, debieron combatir esas falsas enseñanzas. En el  curso de esa lucha se elaboró la teología de los Apologetas. Ella condujo igualmente a la definición de la Sucesión apostólica: la verdadera fe y la vida cristiana que forman la Santa Tradición, son trasmitidas de Iglesia a Iglesia, de generación a generación y de lugar en lugar, por la consagración de los obispos, cuyas enseñanzas y prácticas son idénticas entre sí e idénticas a la de los Apóstoles de Jesús.
Por último la Iglesia comenzó a establecer qué escritos debían ser retenidos dentro de las Santas Escrituras, su decisión se fundaba sobre la autenticidad del testimonio apostólico contenido en esos escritos, así como sobre su uso en las asambleas litúrgicas.

ESTRUCTURA DE LA IGLESIA Y LA LITURGIA

Se ve en los escritos apologetas, de los mártires  y de los santos del segundo siglo, que cada Iglesia local era presidida  por un obispo, administrada por los presbíteros o ancianos, y servidas por los diáconos. Así, San Ignacio de Antioquía escribió en sus cartas: “Yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo que ocupa el lugar de Dios, y los ancianos  que representan al colegio de los Apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, a quienes se encomendó el ministerio de Jesucristo...” (carta a los Magnesios VI:1).
“Tengan por consiguiente cuidado de no participar más que de una sola Eucaristía; pues no hay más que una sola carne de nuestro señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos a su sangre, un solo altar, como un solo obispo, con el presbítero y los diáconos, conservidores míos...” (carta a los Filadelfios  IV).
“Allí donde aparece el obispo, que allí sea la comunidad, lo mismo que allí donde está Jesucristo, allí está  la iglesia católica” (carta a los Esmirniotas VIII:2).
San Ignacio fue el primero en utilizar la palabra católica para calificar a la Iglesia. Este adjetivo significa que la Iglesia es acabada, perfecta, completa, entera, pues ella posee en plenitud la gracia, la verdad y la santidad de Dios.
La Didaché y las Apologías de San Justino y de San Ireneo contienen igualmente las prescripciones de los sacramentos cristianos:
“Respecto al bautismo, administradlo de la manera siguiente: después de haber enseñado todo lo que precede, bautizad en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el agua viva...” (Didaché VII:1).
“Que nadie coma, ni beba de vuestra Eucaristía, solo los bautizados en nombre del Señor ....” (Didaché IX).
“Reúnanse el día dominical del Señor, rompan el pan y den gracias” (lo que designa la eucaristía, que significa acción de gracia). “Después de haber, primeramente  confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Pero aquel que tiene un problema con su compañero no debe reunirse con ustedes hasta que se hayan reconciliado, para no profanar vuestro sacrificio....” (Didaché XIV).

La Eucaristía en la apología de San Justino:
“El llamado día del sol todos los que habitan en las ciudades y en las campiñas, se reúnen en un mismo lugar. Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas tanto como el tiempo lo permite. Terminada la lectura, el que preside toma la palabra para  advertir y exhortar a imitar esas bellas enseñanzas. Luego nos levantamos y rogamos juntos en voz alta. Después como ya lo hemos dicho, cuando la oración termina, se ofrece el pan con el vino y el agua. El que preside hace subir las oraciones al cielo y las acciones de gracia tanto como las fuerzas se lo permitan, y todo el pueblo responde con la exclamación “Amén”.
Luego tiene lugar la distribución y el reparto de los alimentos consagrados a cada uno y se le envía su parte a los ausentes por el ministerio de los diáconos. Los que están en la abundancia, y que quieran dar, donan libremente cada uno lo que quiere. Lo que es recogido y puesto a las manos del presidente y él asiste a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los prisioneros, a los huéspedes  extranjeros, en una palabra, socorre a todos aquellos que están necesitados.

Nos reuniremos todos, el día del sol, por que es el primer día en que Dios, extrayendo las materias de las tinieblas, creo el mundo, y que ese mismo día Jesucristo nuestro salvador resucito de los muertos. La víspera del día Sábado, fue crucificado y a la mañana siguiente de ese día, es  decir el día del sol, él apareció a sus apóstoles y a sus discípulos y les enseño esta doctrina, que nosotros hemos sometidos a vuestro examen”.

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