miércoles, 23 de marzo de 2016

HISTORIA DE LA IGLESIA... El Siglo Tercero

La Iglesia cristiana vivió en una paz relativa desde la muerte del emperador  Marco Aurelio (185) hasta el reinado del emperador Decio (249). Pero cuando Decio accedió al poder desencadenó en todo el Imperio una persecución general contra los cristianos. Esta persecución se agravó aun más con Valeriano (253 – 260). Durante ese periodo, no solamente se obligó a los cristianos a sacrificar a los dioses del imperio, sino también  se acosó a los clérigos para matarlos; todos los bienes de los cristianos debían ser confiscados y destruidos. Se trataba de liquidar los cuadros de la Iglesia a fin de hacerla desaparecer completamente.

Después de Valeriano sin embargo, Galiano, su hijo, puso un término a la política de persecución general, y los cristianos vivieron nuevamente en una paz relativa hasta el final del siglo. El número de fieles se acrecentó entonces en una proporción impresionante, al punto de alcanzar quizás una décima parte de la población del Imperio.

LOS “LAPSI” (En latín, aquellos que han caído; los apóstatas)

Las persecuciones de Decio y Valeriano, así como los tiempos apacibles que precedieron y siguieron, provocaron en el siglo III una grave crisis en el seno de la Iglesia.

Se planteó la cuestión de saber que conducta adoptar frente a los cristianos que habían renegado de Cristo bajo la amenaza de torturas y de ejecución, o habían, en tiempo de paz, abandonado públicamente la vida cristiana por una vida escandalosa. Aquellos que, en la Iglesia, eran de tendencia maximalista insistían para que no hubiera penitencia posible para los pecados graves cometidos después del bautismo. Ellos rechazaban la penitencia para aquellos que habían “faltado” a la vida cristiana, y se oponían a los obispos que admitían a los pecadores arrepentidos a la Eucaristía después de un período de penitencia. También muchos cismas se produjeron en la Iglesia, y algunos la abandonaron por una forma de cristianismo que ellos consideraban como más ascética y más pura. Entre estos se encontraba Tertuliano (+ 220 alrededor), padre de la teología latina en África del Norte y autor de numerosos y variados tratados. Tertuliano reunió el movimiento herético de Montano, que había nacido a fines del siglo II y pretendía hacer la Iglesia de la “Nueva profecía” del Espíritu Santo, más perfecta que la del “Segundo testamento” de Cristo.

El gran defensor de la Iglesia Católica en esa época fue Cipriano, obispo de Cartago (+ 258). Él se opuso a la así llamada Iglesia “pura” de Novaciano en Roma, que rechazaba la reintegración de los “lapsi” en la comunión de la Iglesia. Cipriano mismo murió mártir; él defendió a la Iglesia Católica, la única que poseía  la sucesión apostólica, contra las Iglesias “puras” espiritualistas creadas completamente por los maximalistas. Él insistía sobre el hecho de que la Iglesia, a imagen de Cristo, existe para salvar a los pecadores, y que “fuera de la Iglesia, no  hay salvación” (Carta 73).

“Aquel que no se une a esta unidad de la Iglesia, ¿cree que permanece unido a la fe?, ¿Aquel que resiste y se opone a la Iglesia está seguro de estar en la Iglesia?...

...Está unidad debemos mantenerla, reivindicarla firmemente, nosotros sobre todo, los obispos, que presidimos en la Iglesia a fin de probar que el episcopado es igualmente uno e indivisible... La dignidad episcopal es una; y cada obispo posee una parcela sin división de todo; y no hay más que una Iglesia...” (San Cipriano).
“No se puede tener a Dios por Padre cuando no se tiene a la Iglesia por madre”. “No es cristiano aquel que no participa de la Iglesia de Cristo” (carta 55).

EL DESARROLLO DE LA TEOLOGÍA

El siglo III vio aparecer también la primera Escuela organizada de teología cristiana. Fue fundada en Alejandría, en Egipto, por Panteno y desarrollada por Clemente (+215 aproximadamente); y culminó con el destacable erudito y teólogo Orígenes (+253). Contrariamente a Tertuliano, que rechazó toda alianza entre “Atenas” y “Jerusalén” es decir entre la filosofía pagana y la revelación cristiana, los Alejandrinos afirmaban que la filosofía Griega constituía una buena introducción al Evangelio, y que las verdades de los paganos podían y debían ser integradas y encontrar su perfección en las verdades de la fe cristianas. Es en ese espíritu que Orígenes escribía a su discípulo San Gregorio el Taumaturgo:

“Yo quiero que tú tomes de la filosofía griega los conocimientos que constituyen una introducción potencial al Cristianismo, así como toda noción de geometría y astronomía que podría servir para explicar los libros santos...”

Orígenes llevó a cabo un trabajo enorme. Él escribió numerosos tratados y efectuó los primeros estudios verdaderamente sistemáticos y textuales de los libros de la Biblia. Su trabajo sentó las bases de prácticamente toda la teología griega posterior. Sin embargo, una parte importante de la enseñanza de Orígenes fue considerada como errónea por la Iglesia, y como esa enseñanza se mantenía entre sus discípulos, su autor fue oficialmente condenado por el V Concilio ecuménico en el 553.

Entre los teólogos del siglo III que es necesario mencionar, que a la par de Tertuliano, Cipriano, Clemente y Orígenes, figuran Dionisio de Alejandría (+265), Hipólito de Roma (+235), Gregorio el Taumaturgo de Neo Cesarea en Capadocia (+270 aproximadamente) y Metodio de Olimpia (+311). Todos esos hombres hicieron avanzar la teología ortodoxa, y en particular sentaron las bases de la doctrina de la Santa Trinidad que iba a suscitar tantas controversias en el siglo IV.

Es a fines del siglo III que vivieron también Pablo de Samosata y Luciano de Antioquía, conocidos por sus enseñanzas heréticas con respecto al tema del carácter trinitario  de Dios.

EL DESARROLLO LITÚRGICO
  
Nos quedan igualmente escritos del siglo III sobre la vida canónica y litúrgica de la Iglesia en esa época,  por ejemplo: la Didascalia de los Apóstoles, de Siria, y la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma (+235)  escritos en griego. La primera nos informa sobre las funciones de los Jerarcas y las prácticas sacramentales de la Iglesia de Siria y describe la Asamblea litúrgica. La segunda nos da información análoga, pero de manera más larga y más detallada, sobre  la Iglesia de Roma. Ella contiene la más antigua oración eucarística que conocemos, así como el ritual del bautismo, de la crismación y de la ordenación.

BAUTISMO Y CRISMACIÓN EN “LA TRADICIÓN APOSTÓLICA” DE HIPÓLITO DE ROMA

“Cuando aquel que es bautizado haya descendido al agua, el que bautiza le dirá, imponiéndole la mano: ¿crees tú en Dios Padre todopoderoso? Y el que es bautizado dirá a su vez: yo creo. Y enseguida (el que bautiza) teniendo la mano posada sobre su cabeza, lo bautizará una vez.

Y a continuación él dirá: ¿Crees tú en Jesucristo, Hijo de Dios, que ha nacido por el Espíritu Santo de la Virgen María, ha sido crucificado bajo Poncio Pilatos, y muerto y resucitado al tercer día vivo de entre los muertos, ha subido a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?. Y cuando él haya dicho; yo creo, él será bautizado por segunda vez.
Nuevamente él (el que bautiza) dirá: ¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia? Aquel que es bautizado dirá: Yo creo, y así  será bautizado por tercera vez.

Enseguida, cuando él haya salido del agua, será ungido por el  sacerdote con el aceite de acción de gracias con estas palabras: “yo te unjo con  el santo aceite en nombre de Jesucristo”. Y así, cada uno después de ser secado se vestirá y enseguida entrara en la Iglesia.

El obispo imponiéndole las manos dirá la invocación: Señor Dios, que los has vuelto dignos de obtener la remisión de los pecados por el baño de la regeneración, vuélvelos dignos de ser llenos del Espíritu Santo y envía sobre ellos tu gracia, a fin de que ellos te sirvan según tu voluntad; pues a ti es la gloria, Padre e Hijo con el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Enseguida derramando el aceite de acción de gracias en su mano y apoyándola sobre la cabeza, él dirá: Yo te unjo con el santo aceite en Dios Padre todopoderoso y en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo.

Y luego signada la frente lo besará y le dirá: El Señor (sea) contigo. Y aquel que ha sido signado dirá: y con tu espíritu. El obispo hará así con cada uno.

Y luego ellos orarán de ahora en más junto con todo el pueblo; pues ellos no oraban con los fieles antes de haber obtenido todo eso. Y cuando ellos hubieran orado, ellos darán el beso de la paz.

LA EUCARISTÍA EN LA “TRADICIÓN APOSTÓLICA” DE HIPÓLITO DE ROMA

El Señor sea con vosotros.
Y con tu espíritu.
Elevad vuestros corazones.
Los tenemos hacia el Señor.
Demos gracias al Señor.
Eso es digno y justo.

Te damos gracias, oh Dios, por tu Hijo bien amado Jesucristo, que tú  nos has enviado en estos últimos  tiempos (como) salvador, redentor y mensajero de tu designio, él que es tu Verbo inseparable por quien tú has creado todo y que, en tu buen deseo, has enviado del cielo al seno de una Virgen y que habiendo sido concebido, se ha encarnado y se ha manifestado como tu Hijo, nacido del Espíritu  Santo y de la Virgen.

Es él que, cumpliendo tu voluntad y adquiriéndote un pueblo santo, ha extendido las manos mientras que él sufría para librar del sufrimiento a aquellos que tienen confianza en ti.

Mientras que él se libraba al sufrimiento voluntario, para destruir la muerte y romper las cadenas del diablo, pisotear el infierno, llevar a los justos a la luz, establecer la regla de fe y manifestar la resurrección, tomando el pan, él te dio gracias y dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo que es partido por vosotros.

Y lo mismo el cáliz, diciendo: Esta es mi sangre que es derramada por vosotros. Cuando hagáis esto, hacedlo en memoria mía.

Por lo tanto recordando su muerte y su resurrección, te ofrecemos este pan y este cáliz, dándote gracias de que nos juzgues digno de tenernos ante ti y de servirte como sacerdotes.


Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la oblación de la Santa Iglesia. Reuniéndolos, dales a todos aquellos el derecho que participen de tus Santos misterios para ser colmados del Espíritu Santo,  para la afirmación de su fe en la verdad, a fin de que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y honra con el Espíritu Santo en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

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