La
Iglesia
cristiana vivió en una paz relativa desde la muerte del emperador Marco Aurelio (185) hasta el reinado del
emperador Decio (249). Pero cuando Decio accedió al poder desencadenó en todo
el Imperio una persecución general contra los cristianos. Esta persecución se
agravó aun más con Valeriano (253 – 260). Durante ese periodo, no solamente se
obligó a los cristianos a sacrificar a los dioses del imperio, sino
también se acosó a los clérigos para
matarlos; todos los bienes de los cristianos debían ser confiscados y
destruidos. Se trataba de liquidar los cuadros de la Iglesia a fin de hacerla
desaparecer completamente.
Después de Valeriano sin embargo,
Galiano, su hijo, puso un término a la política de persecución general, y los
cristianos vivieron nuevamente en una paz relativa hasta el final del siglo. El
número de fieles se acrecentó entonces en una proporción impresionante, al
punto de alcanzar quizás una décima parte de la población del Imperio.
LOS “LAPSI” (En latín, aquellos
que han caído; los apóstatas)
Las persecuciones de Decio y Valeriano,
así como los tiempos apacibles que precedieron y siguieron, provocaron en el
siglo III una grave crisis en el seno de la Iglesia.
Se planteó la cuestión de saber
que conducta adoptar frente a los cristianos que habían renegado de Cristo bajo
la amenaza de torturas y de ejecución, o habían, en tiempo de paz, abandonado
públicamente la vida cristiana por una vida escandalosa. Aquellos que, en la Iglesia, eran de tendencia
maximalista insistían para que no hubiera penitencia posible para los pecados
graves cometidos después del bautismo. Ellos rechazaban la penitencia para
aquellos que habían “faltado” a la vida cristiana, y se oponían a los
obispos que admitían a los pecadores arrepentidos a la Eucaristía después de
un período de penitencia. También muchos cismas se produjeron en la Iglesia, y algunos la
abandonaron por una forma de cristianismo que ellos consideraban como más
ascética y más pura. Entre estos se encontraba Tertuliano (+ 220 alrededor),
padre de la teología latina en África del Norte y autor de numerosos y variados
tratados. Tertuliano reunió el movimiento herético de Montano, que había nacido
a fines del siglo II y pretendía hacer la Iglesia de la “Nueva profecía” del
Espíritu Santo, más perfecta que la del “Segundo testamento” de Cristo.
El gran defensor de la Iglesia Católica
en esa época fue Cipriano, obispo de Cartago (+ 258). Él se opuso a la así llamada
Iglesia “pura” de Novaciano en Roma, que rechazaba la reintegración de
los “lapsi” en la comunión de la Iglesia. Cipriano
mismo murió mártir; él defendió a la Iglesia Católica,
la única que poseía la sucesión
apostólica, contra las Iglesias “puras” espiritualistas creadas
completamente por los maximalistas. Él insistía sobre el hecho de que la Iglesia, a imagen de
Cristo, existe para salvar a los pecadores, y que “fuera de la Iglesia, no hay salvación” (Carta 73).
“Aquel que no se une a
esta unidad de la Iglesia,
¿cree que permanece unido a la fe?, ¿Aquel que resiste y se opone a la Iglesia está seguro de
estar en la Iglesia?...
...Está unidad debemos
mantenerla, reivindicarla firmemente, nosotros sobre todo, los obispos, que
presidimos en la Iglesia
a fin de probar que el episcopado es igualmente uno e indivisible... La
dignidad episcopal es una; y cada obispo posee una parcela sin división de
todo; y no hay más que una Iglesia...” (San Cipriano).
“No se puede tener a Dios
por Padre cuando no se tiene a la
Iglesia por madre”. “No es cristiano aquel que no participa
de la Iglesia
de Cristo”
(carta 55).
EL DESARROLLO DE LA TEOLOGÍA
El siglo III vio aparecer también
la primera Escuela organizada de teología cristiana. Fue fundada en Alejandría,
en Egipto, por Panteno y desarrollada por Clemente (+215 aproximadamente); y
culminó con el destacable erudito y teólogo Orígenes (+253). Contrariamente a
Tertuliano, que rechazó toda alianza entre “Atenas” y “Jerusalén”
es decir entre la filosofía pagana y la revelación cristiana, los Alejandrinos
afirmaban que la filosofía Griega constituía una buena introducción al
Evangelio, y que las verdades de los paganos podían y debían ser integradas y
encontrar su perfección en las verdades de la fe cristianas. Es en ese espíritu
que Orígenes escribía a su discípulo San Gregorio el Taumaturgo:
“Yo quiero que tú tomes
de la filosofía griega los conocimientos que constituyen una introducción
potencial al Cristianismo, así como toda noción de geometría y astronomía que
podría servir para explicar los libros santos...”
Orígenes llevó a cabo un trabajo
enorme. Él escribió numerosos tratados y efectuó los primeros estudios
verdaderamente sistemáticos y textuales de los libros de la Biblia. Su trabajo
sentó las bases de prácticamente toda la teología griega posterior. Sin
embargo, una parte importante de la enseñanza de Orígenes fue considerada como
errónea por la Iglesia,
y como esa enseñanza se mantenía entre sus discípulos, su autor fue
oficialmente condenado por el V Concilio ecuménico en el 553.
Entre los teólogos del siglo III
que es necesario mencionar, que a la par de Tertuliano, Cipriano, Clemente y
Orígenes, figuran Dionisio de Alejandría (+265), Hipólito de Roma (+235),
Gregorio el Taumaturgo de Neo Cesarea en Capadocia (+270 aproximadamente) y
Metodio de Olimpia (+311). Todos esos hombres hicieron avanzar la teología
ortodoxa, y en particular sentaron las bases de la doctrina de la Santa Trinidad que
iba a suscitar tantas controversias en el siglo IV.
Es a fines del siglo III que
vivieron también Pablo de Samosata y Luciano de Antioquía, conocidos por sus
enseñanzas heréticas con respecto al tema del carácter trinitario de Dios.
EL DESARROLLO LITÚRGICO
Nos quedan igualmente escritos
del siglo III sobre la vida canónica y litúrgica de la Iglesia en esa época, por ejemplo: la Didascalia de los
Apóstoles, de Siria, y la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma
(+235) escritos en griego. La primera
nos informa sobre las funciones de los Jerarcas y las prácticas sacramentales
de la Iglesia
de Siria y describe la
Asamblea litúrgica. La segunda nos da información análoga,
pero de manera más larga y más detallada, sobre
la Iglesia
de Roma. Ella contiene la más antigua oración eucarística que conocemos, así
como el ritual del bautismo, de la crismación y de la ordenación.
BAUTISMO Y CRISMACIÓN EN “LA TRADICIÓN APOSTÓLICA”
DE HIPÓLITO DE ROMA
“Cuando aquel que es
bautizado haya descendido al agua, el que bautiza le dirá, imponiéndole la
mano: ¿crees tú en Dios Padre todopoderoso? Y el que es bautizado dirá a su
vez: yo creo. Y enseguida (el que bautiza) teniendo la mano posada sobre su
cabeza, lo bautizará una vez.
Y a continuación él dirá:
¿Crees tú en Jesucristo, Hijo de Dios, que ha nacido por el Espíritu Santo de la Virgen María, ha sido
crucificado bajo Poncio Pilatos, y muerto y resucitado al tercer día vivo de
entre los muertos, ha subido a los cielos y está sentado a la derecha del
Padre; que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos?. Y cuando él haya
dicho; yo creo, él será bautizado por segunda vez.
Nuevamente él (el que
bautiza) dirá: ¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia? Aquel
que es bautizado dirá: Yo creo, y así
será bautizado por tercera vez.
Enseguida, cuando él haya
salido del agua, será ungido por el
sacerdote con el aceite de acción de gracias con estas palabras: “yo te
unjo con el santo aceite en nombre de
Jesucristo”. Y así, cada uno después de ser secado se vestirá y enseguida
entrara en la Iglesia.
El obispo imponiéndole
las manos dirá la invocación: Señor Dios, que los has vuelto dignos de obtener
la remisión de los pecados por el baño de la regeneración, vuélvelos dignos de
ser llenos del Espíritu Santo y envía sobre ellos tu gracia, a fin de que ellos
te sirvan según tu voluntad; pues a ti es la gloria, Padre e Hijo con el
Espíritu Santo, en la
Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Enseguida derramando el
aceite de acción de gracias en su mano y apoyándola sobre la cabeza, él dirá:
Yo te unjo con el santo aceite en Dios Padre todopoderoso y en Cristo Jesús y
en el Espíritu Santo.
Y luego signada la frente
lo besará y le dirá: El Señor (sea) contigo. Y aquel que ha sido signado dirá:
y con tu espíritu. El obispo hará así con cada uno.
Y luego ellos orarán de
ahora en más junto con todo el pueblo; pues ellos no oraban con los fieles
antes de haber obtenido todo eso. Y cuando ellos hubieran orado, ellos darán el
beso de la paz.
LA EUCARISTÍA EN LA “TRADICIÓN APOSTÓLICA”
DE HIPÓLITO DE ROMA
El Señor sea con vosotros.
Y con tu espíritu.
Elevad vuestros
corazones.
Los tenemos hacia el
Señor.
Demos gracias al Señor.
Eso es digno y justo.
Te damos gracias, oh
Dios, por tu Hijo bien amado Jesucristo, que tú
nos has enviado en estos últimos
tiempos (como) salvador, redentor y mensajero de tu designio, él que es
tu Verbo inseparable por quien tú has creado todo y que, en tu buen deseo, has
enviado del cielo al seno de una Virgen y que habiendo sido concebido, se ha
encarnado y se ha manifestado como tu Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen.
Es él que, cumpliendo tu
voluntad y adquiriéndote un pueblo santo, ha extendido las manos mientras que
él sufría para librar del sufrimiento a aquellos que tienen confianza en ti.
Mientras que él se
libraba al sufrimiento voluntario, para destruir la muerte y romper las cadenas
del diablo, pisotear el infierno, llevar a los justos a la luz, establecer la
regla de fe y manifestar la resurrección, tomando el pan, él te dio gracias y
dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo que es partido por vosotros.
Y lo mismo el cáliz,
diciendo: Esta es mi sangre que es derramada por vosotros. Cuando hagáis esto,
hacedlo en memoria mía.
Por lo tanto recordando
su muerte y su resurrección, te ofrecemos este pan y este cáliz, dándote
gracias de que nos juzgues digno de tenernos ante ti y de servirte como
sacerdotes.
Y te pedimos que envíes
tu Espíritu Santo sobre la oblación de la Santa Iglesia.
Reuniéndolos, dales a todos aquellos el derecho que participen de tus Santos
misterios para ser colmados del Espíritu Santo,
para la afirmación de su fe en la verdad, a fin de que te alabemos y
glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y honra con el
Espíritu Santo en la
Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.